Permisividad Vs. Autoridad
El término permisividad es, según el diccionario, la tolerancia excesiva. Esto significa que se da un exceso en cuanto a “dejar hacer”. Muchos padres y madres caen en la comodidad de la permisividad con respecto a los hijos/as, bien porque no saben cómo educarlos o bien porque creen carecer de tiempo para ello. La permisividad es la comodidad del momento, pero trae consigo muchas incomodidades posteriores.
Los padres permisivos suelen dejar total libertad al niño o niña para realizar aquello que quiera en el momento que quiera. No ejercen la autoridad que tienen como padres, de manera que el niño, no percibe límites ni pautas de comportamiento y ante la ausencia de mando, el niño/a suele tomar el poder.
Los padres permisivos suelen considerar que son tolerantes y dejan que sus hijos/as tomen sus propias decisiones, establezcan sus propias normas y regulen solos su propio comportamiento. Sin embargo, a pesar que este discurso pueda “sonar bien“, difícilmente un niño/a que no conoce normas ni pautas puede tomar adecuadamente sus propias decisiones. Los padres suelen ceder ante las continuas exigencias y demandas del hijo, logrando al final, que el clima del hogar sea insoportable.
Cuando los padres permisivos imponen castigos para lograr controlar el comportamiento del niño/a, estos castigos suelen ser excesivamente flexibles y el niño pocas veces llega a cumplirlos. Cuando los padres permisivos tratan de imponerse, el niño reacciona con hostilidad e incluso con agresividad, ante el poder que se le está quitando. Desgraciadamente, los padres permisivos acaban “tirando la toalla”, renunciando a su labor educativa, suelen manifestar que no les gusta el comportamiento de su hijo al que acaban catalogando como “malo y tirano”.
La familia permisiva se diferencia de las demás por esta pérdida de roles y valores. Es decir, los padres no quieren caer en autoritarismo y como son incapaces de disciplinar a los hijos, se encubren en la excusa de querer razonarlo todo, lo que desemboca en que los hijos/as terminen por hacer lo que quieran, sin control alguno. En definitiva los roles de padres e hijos se pierden hasta tal punto que incluso parece que los hijos mandan más que los padres, e incluso, como ya hemos visto, se dan casos en el que no se atreven a decir nada por si acaso el hijo se enfada. Como aparece en el artículo Matrimonio y familia de Diego Ibáñez Langolis: “La permisividad carece de valores. La indecisión o la comodidad de los padres acaba en permisividad”.
La falta de normas en el hogar suele llevar a los hijos a relaciones de indiferencia hacia los padres, a un bajo desarrollo moral y a la pérdida de valores. Lo que puede llevar a relaciones verdaderamente conflictivas en la adolescencia.
¿Por qué se teme tanto disgustar al hijo adolescente, cuando justamente es la permisividad lo que los hace temibles?
En una entrevista a Maurizio Andolfi, fundador y director de la Academia de Psicoterapia de la Familia, comentó que considera esencial la presencia de los padres en la vida de los jóvenes para que estos no busquen sustitutivos en forma de dependencias como drogas, alcohol o internet. Por ejemplo habló de adolescentes que intentan suicidarse. A la pregunta: ¿Qué se puede hacer para poner freno a este tipo de conductas?, el autor comentó:
–El problema es que la familia actual es muy permisiva. No está presente y utiliza la tecnología como una forma sustitutiva de presencia, ya sea Internet o play station. Las investigaciones demuestran que la agresividad aumenta con el tiempo de utilización de las tecnologías.
Por contra, los padres que hacen uso del autoritarismo, de forma consciente o inconsciente, fomentan la ignorancia en sus hijos, ya que al no tolerar ni fomentar el dialogo crítico, están enviando el mensaje de que la única forma de educar y ser educado es por medio del sometimiento físico o emocional. Estos padres son muy influenciables y confusos, generando hijos e hijas que generalmente son pasivo-dependientes al medio, ya que éstos se encuentran permanentemente a la expectativa monitoreando el estado emocional de los padres para alinearse con ellos y no ser castigados o reprendidos.
Las acciones que emprenden son generalmente confusas, ya que por lo general obedecen a impulsos repentinos y no a un sentido de dirección o sentido personal o familiar; por lo general en familias autoritarias los canales de comunicación son verticales, dando primacía a los contenidos verbales, generando personas con una enorme pobreza interior, ya que se suprimen la formas de expresión no verbal y emocional, que proporcionan gran creatividad y riqueza a las vivencias cotidianas.
Generalmente no hay sistemas de normas, y si los hay son confusos e inconsistentes, lo que sumerge a la familia en un permanente estado de incertidumbre que imprime importantes dosis de estrés y ansiedad a cada uno de sus miembros.
POSIBLES SOLUCIONES AL FACTOR:
Los niños deben tener unos límites o pautas que les marquen el camino que deben seguir, sin ahogarles en un mundo de imposiciones, tal como aseguran los psicólogos y educadores. Para ello, los padres y madres deben establecer estas normas de manera razonada, adaptarlas a cada edad y ser firmes en sus decisiones. Si no se tiene un proyecto claro, es más fácil claudicar.
En esta línea, y con el ánimo de puntuar algunas sugerencias teniendo en cuenta que hay que partir de la conjunción de tres cosas fundamentales: el sentido común, la paciencia y la imaginación; desde ahí pueden formularse algunas indicaciones para orientar de alguna manera a quienes ejercen la definitiva responsabilidad de educar, teniendo en cuenta que cada niña y cada niño en cada edad tienen particularidades que han de contextualizar la forma de proceder:
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Aprender a negociar. Hacer un esfuerzo por negociar con los hijos, a pesar de que éstos sean buenos “negociadores”. Para ello, el marco de referencia debe ser suficientemente amplio y debe aumentar conforme van creciendo.
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Los adultos deben conocer sus propios límites. Si los padres no tienen límites tampoco sabrán ponerlos. No se puede pedir a un niño que utilice el teléfono celular sólo en momentos de urgencia, si ve que los padres no tienen límite en su uso y lo mantienen permanentemente encendido.
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Saber decir ‘no’. El estilo comunicativo de los padres debe estar acorde con sus palabras, es decir, el lenguaje verbal y el lenguaje no verbal no deben contradecirse.
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Ser coherentes. Cuando se niega algo, se tiene que explicar por qué se ha tomado esa decisión, escuchar las argumentaciones de los hijos y actuar de la misma manera que se pide a estos que actúen.
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Escuchar y mirar. Cuando lloran, patalean o gritan, es posible que los niños estén intentando decir algo a los padres. Por ello, hay que aprender a escucharles y mirarles a los ojos.
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Mantener las decisiones. Es importante mantener la coherencia con lo que se hace y se piensa porque de lo contrario se perderá la credibilidad ante los hijos.
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Resaltar lo que se hace bien. El niño debe saber lo que hace mal, pero no se le puede “machacar” con estas actuaciones, también tiene derecho a saber que hay cosas que hace bien.
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Poner límites que tengan valor. “Si hay que decir al niño que no rompa un vaso, no se debe utilizar el chantaje emocional y decirle que mamá se va a poner triste si lo hace, sino que hay que decirle la verdad, que está mal romper un vaso”; el tiempo que se invierta ahora, tendrá muy buenas repercusiones.
En definitiva, poner límites no significa que haya que ser estrictos, sino evitar que los niños y niñas estén siendo consentidos y sean poco “resistentes a la frustración” o “malos perdedores”. El mejor antídoto es decir a los hijos que les queremos y hacer que se sientan queridos y amados, pero sabiendo que lo que hacen no siempre está bien. Pensar que esto ya lo aprenderá en el colegio es una equivocación; la labor educativa ha de ser conjunta, integral y coherente aunque, en todo caso, como sabemos: todo comienza por casa.
Los padres democráticos son aquellos que responden a todas las cuestiones anteriores, y antes de dar una sanción o castigo, escuchan a sus hijos y les hacen ver su error para que aprendan a ser responsables de sus actos. Además, establecen límites claros pero también permiten que sus hijos expresen libremente sus opiniones para que encuentren la raíz del problema y una solución eficaz. Por ello, los niños con ese tipo de padres se muestran más seguros, son independientes en sus decisiones y acciones, reconocen sus límites y respetan las reglas de la casa.
Date un tiempo y fomenta el buen entendimiento en la familia, solo así lograrás una buena crianza.
Sonia Morató Piñol. Pedagoga especializada en violencia de género.
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