Alimentación y emociones
Son muchas las ocasiones en las que hemos escuchado la frase “somos lo que comemos”. Esta afirmación va mucho más allá, ya que, no solo somos lo que comemos sino también, cómo comemos y con qué finalidad lo hacemos.
Desde el mismo momento en que nacemos vinculamos la alimentación a las emociones. Así, el bebé recién nacido es colocado en el pecho de su madre y se aposenta en el mismo intentado mamar por instinto, como mamíferos que somos. El bebé relaciona el alimento que su madre proporciona con la seguridad, afecto y protección que ella le aporta. Al crecer es frecuente que al niño se le castigue o premie con comida. Ofrecer algún dulce a cambio de cumplir con nuestras obligaciones como hacer los deberes, no pelearnos con nuestros hermanos… en definitiva, “portarnos bien”, de la misma forma que nos han castigado sin postre cuando no hemos realizado lo que se esperaba de nosotros. No es extraño, por tanto, que hayamos adquirido un aprendizaje a lo largo de nuestra vida asociando comida con determinados estados emocionales.
Así, si tenemos un mal día en el trabajo podemos gratificarnos con algún alimento que nos resulte apetecible y, esto, reduce momentáneamente nuestra ansiedad. La comida es un acto social en el que, a menudo, nos reunimos con familiares y amigos para celebrar acontecimientos de diferente índole. Además, la sociedad actual nos invade con multitud de posibilidades acerca de lo que podemos comer.
La pregunta que cada uno de nosotros podríamos hacernos es ¿para qué comemos? Probablemente, la respuesta mayoritaria sea, para nutrirnos. Pero, ¿es realmente así? En muchas ocasiones, llenamos con comida vacíos que poco tienen que ver con el cuerpo físico, sino con las emociones. En los últimos años, en el mundo occidental, se ha producido un notable aumento de los trastornos de la conducta alimentaria tales como anorexia, bulimia, trastorno por atracones, entre los más destacables. No hay que olvidar que su etiología es multifactorial.
Algunas indicaciones que podemos seguir para alimentarnos atendiendo a nuestras necesidades son:
- Aprender a escuchar a nuestro cuerpo: cuando tengas un repentino impulso de comer algo, sé honesto contigo mismo y obsérvate. ¿Es realmente hambre fisiológica? Si es así, perfecto, esta es una necesidad primaria y básica que ha de ser cubierta. Si, por el contrario, no lo es, reflexiona acerca de lo que sientes, de lo que necesitas y de qué trata realmente ese vacío que experimentas.
- Reconocer las emociones, conectar con uno mismo: quizá sientas soledad, aburrimiento o tristeza. En estos casos, el alimento que necesitas es de otro tipo. Piensa sobre lo que sientes y qué quieres conseguir.
- El mito de las emociones negativas: en la actualidad, es frecuente clasificar las emociones en positivas y negativas. Este pensamiento dicotómico de bueno o malo nos lleva a desear siempre sentirnos alegres y felices y atacar aquello menos deseable como puede ser el hecho de estar tristes. Así, la sociedad tiende a patologizar problemas cotidianos de la vida, siendo estos transformados en problemas psicológicos cuando, en realidad, no lo son. Perseguimos la felicidad a toda costa y es esta obsesión precisamente lo que nos aleja más de esa ansiada felicidad, creando un sinfín de frustraciones. Debes saber que las emociones son más bien adaptativas y el hecho de sentir tristeza no tiene necesariamente que ser algo malo, negativo o patológico. Aprende a disfrutar de todos los estados y permítete sentirlos.
- Darse lo que realmente se necesita: si estás aburrido te llenará más realizar alguna actividad motivante que comer cualquier cosa, ya que tu vacío es emocional.
- Hay veces que tenemos que encontrarnos con nosotros mismos: es muy recomendable tener una vida en la que disfrutes de actividades que te gustan y de la compañía de personas importantes para ti, pero, en ocasiones, hay que pararse y pensar por qué nos sentimos como nos sentimos. Huir de nuestras emociones y evitarlas solo hará que aparezcan de forma más insistente. No tengas miedo y atrévete a encontrarte con ellas.
Plantéate a lo largo del día cuántas veces comes por una necesidad física real y cuántas se deben a hambre emocional. La respuesta a esta pregunta te ayudara a mejorar tu relación con la comida. En caso, de que no seas capaz de hacerlo y veas que esta situación supone un gran problema que repercute en los diferentes ámbitos de tu vida y de tu salud, lo recomendable sería acudir a un psicólogo que te ayude a canalizar de manera óptima esas emociones.
MARISA MAZA FERNÁNDEZ