Etiquetas
Desde antes de nacer, el ser humano ya se empeña en clasificarse según distintas etiquetas “¿va a ser niño o niña?”, en base a las cuales el trato será variable: “niña, entonces le regalamos un peluche rosa, que el azul es para niños”. Precisamente aquí surge el problema, si cada etiqueta se corresponde con un tipo de trato, es fácil suponer que también con un determinado rol que se espera que ejerza.
A raíz de esto, la desigualdad, los prejuicios y las discriminaciones se abren camino, la intrínseca competitividad entre el endogrupo y los exogrupos se hace patente, el respeto y tolerancia pasan a segundo plano.
Es cierto que las clasificaciones nos facilitan un poco las cosas en determinadas ocasiones, un ejemplo claro de esto es el DSM. Es mucho más sencillo tratar los problemas cuando conocemos sus características, peculiaridades y demás factores relevantes, siempre sin perder de vista el importante matiz de que cada persona es un mundo, y las categorías un constructo meramente humano que hace de nuestro trabajo algo un poco más sencillo.
Con todo, no puedo evitar pensar que hay ocasiones en las que quizás nos excedemos obteniendo como única consecuencia una dificultad añadida a nuestro trabajo. Concretamente me estoy refiriendo al Trastorno Adaptativo, aunque quizás a vosotros mismos se os pudiesen ocurrir otros ejemplos.
Estoy completamente de acuerdo en que este cuadro supone un problema para quien lo presenta, sin embargo, ¿no estaremos patologizando un simple patrón de personalidad desadaptada? Entiendo que una persona que pasa por esta situación pida ayuda, y obviamente deberíamos proporcionarle el mejor servicio que esté en nuestras manos, aun así también deberíamos porporcionárselo a la adolescente que viene a consulta porque se siente muy sola, al paciente que simplemente busca alguien con quien hablar y, en definitiva, a cualquier persona que necesite de nuestra asistencia. Sin embargo, quizás llamarlo “trastorno” no es lo más adecuado.
Coincido en que deberíamos luchar por destruir la connotación negativa del término “trastorno”, pero al menos hoy por hoy, mientras eso se mantiene, categorizar de problema psicológico a una mera situación desbordante, quizás hasta puede ser un contratiempo en lo que a esta batalla se refiere. Pienso que, además, es mucho más fácil adoptar el rol de enfermo en estos casos, y precisamente aquí me parece especialmente peligroso, pues se convierte en un círculo vicioso donde quien pide ayuda quiere salir de esa situación pero se convence de que el problema es intrínsecamente suyo y nunca podrá cambiarlo.
Las clasificaciones nos facilitan un poco las cosas en determinadas ocasiones, pero en otras pueden ser el detonante para el inminente fracaso clínico.
Paloma G. Pérez-Gorostiaga